lunes, 23 de mayo de 2011

Sobre la obsolescencia programada y otras cuestiones

Hace meses que tengo pendiente escribir una entrada sobre el famoso documental "Comprar, tirar, comprar" que pudo verse en TVE y que está todavía pululando por la red.

Es un documental bien hecho al que le encuentro una serie de fallos que intentaré ir desgranando poco a poco. Da la sensación de que la autora ha descubierto la obsolescencia programada cuando hay ríos de tinta escritos sobre ella. De hecho, no consulta a ningún experto sobre el tema, razón por la que le patinan unos cuantos conceptos. Entiendo que quiera fijar una postura ideológica, pero si eso se hace a costa de ocultar puntos de vista e incluso hacer afirmaciones gratuitas sin ningún soporte argumental el documental empieza a oler a panfleto barato.

Me gustaría tratar algunos de los temas expuestos en el documental a lo largo de varias entradas, tratando de ser todo lo objetivo y aséptico que me sea posible. En concreto me gustaría explicar lo que se conoce (o lo que yo sé que se conoce, que tampoco soy un experto) sobre la obsolescencia programada en teoría económica. Me gustaría que quedara suficientemente claro a cualquier lector que la frase "la obsolescencia programada es el motor del sistema capitalista" es una soberana gilipollez que no tiene ninguna base en el momento que uno se molesta en mirar unas pocas cifras. Me gustaría hablar sobre la famosa bombilla centenaria y el mito detrás de la misma y sobre el famoso cartel de las bombillas Phoebus. Por último, me gustaría también señalar que el problema no es la obsolescencia programada sino lo que está detrás de ella y que puede ser mucho más perjudicial: el poder de mercado.

Para ir abriendo boca me centraré hoy en la importancia de la obsolescencia programada como motor del sistema capitalista. Para empezar, habrá que reconocer que la obsolescencia programada es un problema que en todo caso afecta a los productos industriales duraderos. No tiene sentido hablar de obsolescencia programada del papel higiénico, o del carbón vegetal, de los tomates, de los servicios bancarios. Tampoco creo que la obsolescencia programada (si excluímos de su definición los cambios "estéticos") afecte a los automóviles (¿se imaginan las indemnizaciones a las que tendrían que hacer frente los fabricantes en el caso de que se produjese una sóla muerte por este motivo?), o a la vivienda (¿alguien construye casas para que se desplomen y poder vender más?). Tampoco afecta como tal a los servicios educativos (aunque a veces los conocimientos queden obsoletos), ni a los servicios como el turismo. Tal vez pueda afectar al software, en algún caso, pero en los productos tecnológicos creo que llega mucho antes la obsolescencia tecnológica que la programada... tengo algún ordenador en funcionamiento de más de 10 años y los que he jubilado han sido por viejos, no porque dejasen de funcionar... y es que la tecnología no está inmovil.

Tomemos la composición sectorial aproximada del PIB español y veamos cómo de susceptible es cada sector a la obsolescencia programada:
Agricultura: 3% -> No susceptible
Energía: 3% -> No susceptible
Construcción: 10% -> No susceptible
Industria: 13% -> Susceptible en parte
Servicios: 71% -> Muy poco susceptible (tal vez algo de servicios de software, y poco más).

Esto es, un 13% del PIB sería susceptible de ser "movido" por la obsolescencia programada. Habría que analizar de ese 13% cuántos bienes son duraderos y de ellos, cuántos se producen en régimen de monopolio u oligopolio ya que es en ausencia de competencia donde la obsolescencia programada tiene alguna posibilidad de existir. No me atrevo a dar una cifra, pero me temo que sería ridículamente baja.

Seguiremos otro día.

Fotografía: Gumption (Joe McCarthy) en flickr.com